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Afrontando un peligro: Smart Cities solo para disfrute de smug citizens

Madrid, mayo 2016
Ángel Manuel Arias
Comité de Ingeniería y Desarrollo Sostenible
El versátil concepto de Smart City ha calado hondo en el imaginario empresarial y político, y, animado por la visión de consorcios que tratan de consolidar sus posiciones en la gestión de los servicios públicos, se ha convertido en un marco de actuación del que ninguna corporación municipal sería hoy capaz de substraerse.
Clasificaciones de Smart Cities
Existen multitud de rankings para las Smart Cities, -en los que no es difícil detectar los intereses que subyacen-. En Europa, los primeros lugares de las clasificaciones parecen reservados sistemáticamente a Copenhague (Siemens y MIT), Amsterdam (Luud Schimmelpennick, Amsterdam Smart City PPP), Viena (TINA Vienna, Wien Energy), Barcelona (Entel, 22@innovation district), París (Bolloré, Autolib, Velib, Proyecto Startup Genome), Estocolmo (Siemens, Universidad Rutgers, Proyecto Stockholm Royal Seaside), Londres (Siemens, Proyecto Startup Genome,) Hamburgo (Cisco), Berlin (IKT) y Helsinki (Microsoft, CGI).
El Intelligent Community Forum (ICF), prefiere enfocar la cuestión hacia las “comunidades inteligentes”, agrupando a las ciudades con sus regiones, para poner énfasis en que la tecnología debe servir, sobre todo, para crear empleos de alta calidad, y aumentar la participación ciudadana, generando cluster que asocien a Universidades, Administraciones públicas, asociaciones empresariales, fabricantes tecnológicos, etc. En 2015 seleccionaba con este criterio a Arlington County, (Virginia), Columbia (Ohio), y Mitchell (Dakota del Sur) en EEUU; Ipswich, (Queensland, Australia), y New Taipéi City (Taiwán), junto a Rio de Janeiro (Brasil) y Surrey (Columbia Británica, Canadá).
El poder de ensoñación vinculado a las Smart Cities ha servido también para generar de la nada ciudades artificiales, como el centro de operaciones de Songdo (Corea del Sur), cuyo objetivo era atraer a inversores con el aliciente de menores impuestos y escasa regulación o como las 100 ciudades Smart que la India pretende construir como respuesta al anunciado propósito del Gobierno chino de embarcarse en una singladura parecida.
El ciudadano como objetivo de la satisfacción
No busquemos, sin embargo, vencedores ni vencidos. Los elementos que confluyen en ese escenario son complejos, y la exposición orgullosa de los valores que quieren verse detrás, controvertida.
Ante todo, es imprescindible entender que una ciudad inteligente no puede serlo de forma aislada. Será candidata a ese valor si está interconectada con la globalidad, de la que los primeros estadios son la región y el Estado al que pertenecen.
Por otra parte, las ciudades no pueden convertirse en un objetivo en sí mismas. Sería un error reformarlas desde la idea de ofrecer un bienestar colectivo impuesto desde arriba, obviando que no están integradas por autómatas, sino por ciudadanos, que son los destinatarios de cualquier actuación política. Deben ser ellos y no la ciudad, como elemento abstracto, quienes deben sentir, orientar y decidir el pulso de esa satisfacción y trasladárselo a los gestores municipales.
Habría que moderar la corriente posiblemente perniciosa que tiende a imponer objetivos a las Smart cities con propuestas construidas a la medida de las grandes empresas -provenientes, básicamente, de los sectores de comunicaciones, energía, transporte, etc.- que se esfuerzan en convertir a los representantes de la población en prescriptores de sus productos.
En las ciudades viven seres inteligentes, con inquietudes, formación e intereses propios, que no solo quieren ver resueltos sus problemas de intendencia, educación y salud, y disfrutar mejor de su tiempo de ocio, sino que necesitan interactuar con otros ciudadanos y, no en último lugar, han de disponer de la capacidad de generar sus propios recursos económicos con los que atender a sus necesidades.
Modelos diferentes según los tipos de ciudad
Para las ciudades, la delimitación de las necesidades está poniendo de manifiesto que no es igual la problemática de las grandes ciudades (considerando como tales, las de más de un millón de habitantes) que la de las ciudades de tamaño intermedio (entre cien mil y medio millón de habitantes). La naturaleza de las primeras se corresponde mejor con las de ciudades terminadas, en las que la mayor parte de las necesidades que han de resolverse desde la gestión suponen hacer las cosas mejor para los que ya las habitan, y no en servir de focos de atracción a futuros residentes, a salvo de rentabilizar la pasajera potencialidad turística, cuando proceda.
Las ciudades intermedias, en las que vive la mayoría -en Europa, los dos tercios de la población total- deben confrontarse, además, con atender a las condiciones de su desarrollo, incorporando polos de crecimiento.
Por eso, el modelo político de las grandes urbes, difundido con tantos alardes mediáticos, puede llevar a los gestores de ciudades de menor tamaño a la errónea conclusión de que el modelo es adaptable, obviando que disponen de menores recursos, carecen de masa crítica y que su capacidad organizativa es más limitada. Aplicado sin rigor, la distancia entre las capitales y las ciudades intermedias se agudiza, y la caída en el PIB en ellas se ha vuelto patente.
Si la gestión ha de ser inteligente, existe la obligación de vincular las ofertas que mejoren el cómo viven los ciudadanos, a otras que resuelvan, el de qué viven y han de vivir.
Los problemas crecen, las soluciones se concentran
Se prevé que, hacia 2050, la Tierra estará poblada por 9.000 millones de habitantes, de los que un 70% desarrollarán su vida en las ciudades. Pero no se tratará solo de atender al crecimiento demográfico ni de absorber el desplazamiento del campo hacia la metrópoli.
El paradigma de la Tercera Revolución Industrial obligará a una redefinición completa de las prácticas que rigen los comportamientos económicos, generando una super red de intercambio de conocimientos, demandas de ejecución de tareas y productos en las ciudades, convertidas en grandes centros de consumo, siendo los lugares de producción, en general, irrelevantes.
La visión más elemental se contentaría con expresar que ese nuevo mundo debe ser mucho más eficiente en el uso de los recursos materiales y energéticos y en la gestión del capital humano. Dibujando un idílico panorama, se enfatizaría que aparecerán grandes oportunidades, negocios vinculados a las nuevas tecnologías, y, en especial, en lo que se ha convenido en llamar el Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés), -la interconectividad entre los elementos fí